Asesinato
de Prim
Juan
Prim y Prats, Conde de Reus y Marqués de los
Castillejos (1814 -1870). Nacido en Reus el 18 de
diciembre de 1814, hijo de un notario, inició
su carrera militar como voluntario de los liberales,
consiguiendo a los tres años la Laureada de
San Fernando. A los 26 años es nombrado General.
Su carrera fué meteórica. Diputado por
Tarragona, Subinspector de Carabineros en Andalucía.
Participó en la conspiración contra
el Regente, General Espartero. Promotor de la sublevación
de Cataluña, al triunfar el pronunciamiento
fue honrado con los títulos de Conde de Reus
y Vizconde del Bruch. Nombrado Capitán General
de Puerto Rico tuvo que actuar intensamente para mantener
el orden público.
Al
regresar a España fue elegido Diputado por
Vich y más tarde por Barcelona. Se integra
en las Cortes Constituyentes. Capitán General
de Granada en 1854, asciende a Teniente General en
1856. Participó en la guerra de Marruecos (1859-1860)
donde consigue éxitos como en la batalla de
los Castillejos y la de Tetuán. Recibe un nuevo
honor que agregar a sus muchos méritos al ser
nombrado Marqués de los Castillejos y Grande
de España.
Enviado
a Méjico firmó el Convenio de la Soledad
(1862), y luego se embarcó con sus tropas por
no estar de acuerdo con Francia.
Consideraba
que para solucionar los problemas que aquejaban a
España era necesario un cambio dinástico.
Por estas ideas fué enviado al exilio. A la
muerte de O?Donnell (1867) los partidarios de éste
se unieron a Prim. Así consiguió en
1868 sublevarse en Cádiz con el Almirante Topete
publicando un manifiesto "España con honra".
Se une al General Serrano en este pronunciamiento
y derrocan al Gobierno de Isabel que se ve obligada
a abandonar el país.
Se
formó entonces un Gobierno provisional siendo
nombrado Regente el General Serrano que le ofrece
la cartera de Guerra que Prim acepta, después
de ser nombrado Capitán General de Madrid.
La
Revolución Septembrina, llamada "La Gloriosa"
(1868) con la expulsión de los Borbones plantea
en España como tantas veces una encrucijada.
El dilema es: ¿Regencia, Monarquía,
República? En junio de 1869, Prim es nombrado
Presidente del Consejo de Ministros.
Interviene
Prim que a pesar de su liberalismo es un convencido
de que lo mejor para España es un regimen monárquico
y consigue el 16 de noviembre de 1870 que las CORTES
elijan al Príncipe Amadeo de Saboya, de la
Casa italiana de Aosta como Rey, ganando las elecciones
por 191 votos de 311 que forman la Cámara (Rey
de los 191 le llamarían).
La
Batalla del Puente de Alcolea, fue definitiva. Mientras,
en Francia caía Napoleón III y se instauraba
la República. El Delegado del Gobierno francés
Emile Keratry visita a Prim proponiéndole ayuda
militar, y económica, asegurando la posesión
de Cuba y que él sería el Presidente.
Pero las adulaciones no hacen mella en el General
que contestó al Delegado francés: "Mientras
yo viva no habrá República". El
francés entonces, pronunció aquella
frase sibilina: "Acaso tenga V.E. que lamentar
esta actitud". Prim sabía que España
no estaba preparada para un régimen republicano.
Pero
Prim tiene muchos enemigos y muy poderosos. Si se
ponen o no de acuerdo, es un misterio, pero lo que
sí es cierto es que poderes ocultos acuerdan
que "es preciso eliminar a Prim" antes de
la llegada del nuevo Rey que tiene prevista en el
Puerto de Cartagena para el día 30.
El
asesinato.
Aquel
invierno de 1870 fue muy crudo en España. Navidades
cubiertas de nieve. Entonces las nevadas eran monumentales
al no existir radiación de calor como ocurre
en la actualidad.
Y
aquella noche, el Presidente del Gobierno se preparaba
para ir al Ministerio y despachar algunos asuntos
pendientes. Había recibido tres anónimos
amenazadores, en el último de los cuales le
advertían que su fin estaba próximo.
Por consejo de su esposa Doña Francisca Agüero,
dama mejicana, que estaba muy asustada, se había
puesto una cota de malla (los chalecos antibalas de
aquellos tiempos) bajo la ropa.
El
no lo tomó muy en serio, acostumbrado a tener
"baraka" como le decían los norteafricanos
cuando estuvo en la campaña de Marruecos. "No
se ha fundido aún la bala que pueda matarme",
acostumbraba decir. En los combates, y tuvo muchos,
fue siempre a la cabeza sin preocuparle las balas
que silbaban a su alrededor. Otra de sus frases era:
"La bala que silba es que ha pasado".
Pero
aquella noche no le cuenta a su esposa que tiene un
mal presentimiento. Uno de sus buenos amigos, D. Bernardo
García, Director del periódico "La
Discusión" junto con otro de sus amigos,
Ricardo Muñiz con quien acababa de cenar en
el Ministerio, le habían advertido que existía
una conjuración contra él.
Así
pues, aquella tarde, se dirige hacia el Palacio de
las Cortes. La sesión del Congreso duró
hasta la noche de los cortos días invernales.
Terminada su jornada, se disponía a regresar
a su casa que era el propio Palacio del Ministerio
de la Guerra.
Se
le acercó un Diputado republicano, el Sr. García
López que en voz baja le aconsejó que
variara su ruta habitual. Se acercaron en esos momentos
Sagasta y Herrero de Tejada que conversaron brevemente
con él. Fuera, en la calle, nevaba intensamente.
El coche de caballos del General esperaba en la puerta
de Congreso, en la calle de Floridablanca.
Cuando
se acercaba a la salida, estaba el Diputado Paul y
Angulo calentándose en una estufa cerca de
la salida para quitarse el frío. Este Paúl
y Angulo, alcohólico y depravado, había
sido en tiempos muy amigo de Prim, pero ahora era
su mayor enemigo. Era periodista y atacaba al General
continuamente por el periódico "El Combate"
incluso en uno de sus artículo había
escrito: "Hay que matarle como a un perro".
El
General, a sabiendas de que aquel hombre le odiaba,
le dijo cordialmente: "¿Por qué
no viene con nosotros a Cartagena para recibir al
nuevo Rey?".
Paul
y Angulo le miró con odio reconcentrado reflejado
en sus ojos y en todo su rostro picado de viruelas
que contrajo durante su permanencia en la cárcel
de Jerez y exclamó: "Mi General, a cada
uno le llega su San Martín".
En
aquel momento se levantó un tal Montesinos
que formaba parte del grupo republicano de las Cortes
que dirigía Paul y Angulo y que estaba con
éste calentándose en la Portería
del Congreso y se dirigió sin decir palabra
hacia la calle del Sordo (hoy calle de Zorrilla).
Al
General le acompañaban sus dos ayudantes, Moya
y González Nandín que subieron con él
al coche. Eran las 7:30 p.m. A pesar de las advertencias
Prim siguio su ruta acostumbrada. Es notable que no
hubiese un solo policía, de los que tenía
para su seguridad, en todo el trayecto. De la calle
del Sordo entraron en la calle del Turco (hoy llamada
Marqués de Cubas), y cuando iba a salir a la
calle de Alcalá donde desemboca, vió
el conductor que había dos coches que obstruían
el paso, lo que le obligó a detenerse.
De
pronto, como si saliesen de las sombras, surgieron
dos grupos de hombres cubiertos con largas capas y
armado con trabucos que se situaron a ambos lados
del coche de Prim. González Nandín que
se había dado cuenta de lo que se les venía
encima, avisó a Prim: "¡Mi General,
tenga cuidado!". Por su parte, el ayudante Moya
gritó: "Mi General, nos hacen fuego!"
Sonaron
unos vidrios rotos de una de las portezuelas que quedó
rota y una boca de fuego amenazadora disparó
a quemarropa sobre el General Prim. Había tres
hombres por cada lado, y Prim y su gente oyeron una
voz que venía del grupo de la derecha, una
voz ronca, inconfundible, que Prim reconoció
muy bien. Esa voz gritó en la oscuridad: "¡Fuego,
puñeta, fuego!". Los asesinos obedecieron
y descargaron sus trabucos. La misma voz, gritó:
"¡Ahora vosotros!". Otro de ellos
exclamó: ¡"Prepárate, vas
a morir!".
Esta
vez y aunque ante la advertencia de sus ayudantes,
Prim se había replegado en su asiento como
buscando protección, la nueva descarga hirió
al General en el hombro, en el brazo izquierdo y en
la mano derecha. Los asesinos habían disparado
ocho tiros a quemarropa, tanto es así que Prim
tenía los granos de pólvora clavados
en su carne, el típico tatuaje de los disparos
hechos muy de cerca.
Al
ver lo que estaba sucediendo, el conductor había
lanzado los caballos contra el obstáculo, derribando
a uno de los coches de alquiler que habían
traído los asesinos. Atravesó la barrera,
dirigiéndose (cruzando la calle de Alcalá)
hasta la calle de Barquillo por donde tenía
la puerta el Ministerio de la Guerra (Palacio de Buenavista).
Mientras
tanto, los asesinos habían huído hacia
el Paseo del Prado, donde tenían caballos preparados,
huyendo en ellos.
Prim,
desangrándose tuvo aún entereza para
subir las escaleras que conducían a su vivienda,
agarrándose con la mano herida al pasamanos
y dejando un reguero de sangre a su paso. Su esposa,
que oyó algo en el silencio de la noche, llena
de ansiedad, salió a su paso. Moya y González
Nandín que habían salido levemente heridos,
le acompañaban. Nandín había
sufrido una herida más seria en la mano derecha.
Tendieron
al General en su cama y avisaron con urgencia a un
médico. Llegaron enseguida el Dr. Vicente y
el Dr. Losada que hizo una cura más radical.
"¡Veo la muerte!" exclamó Prim
cuando le preguntó el médico cómo
se sentía.
Las
heridas no eran realmente tan graves. Hoy día
Prim hubiera curado, pero dos días después
comenzó una infección con temperatura
elevada y delirio. El General había dicho a
sus ayudantes: "¡Aquella voz que ordenó
disparar, aquellas voz era sin duda la de Paúl
y Angulo!"
Los
dos médicos que le veían llamaron en
consulta al eminente Dr. Federico Rubio, que vino
acompañado por el Diputado D. Ricardo Muñiz,
gran amigo de Prim. El Regente y los Ministros habían
acudido en cuanto se enteraron del atentado y pasaron
la noche velando al herido.
Los
comunicados de prensa, mucha veces contradictorios,
señalaban que los proyectiles habían
sido extraídos por los médicos y añadían
que no había complicaciones. "El Imparcial"
decía que Prim había recibido 8 balazos
en el hombro de los cuales habían sido extraídos
siete. Hubo que amputarle parte de un dedo y seguramente
perdería otro dedo.
El
Almirante Topete se había hecho cargo del Ministerio
de Estado y el de Guerra con la Presidencia y el Sr.
Ayala del Ministerio de Ultramar. Al día siguiente
le fue levantada la cura al herido asegurando los
comunicados de prensa que el estado del herido era
satisfactorio.
Cuando
vieron el coche de Prim, que hoy día se conserva
en el Museo del Ejército, observaron que tenía
hasta 15 orificios y en el gabán que vestía
Prim, hasta 12 agujeros. Seguramente la cota de malla
debió detener mucha metralla. Sin embargo,
la agencia de noticias FABRA anunciaba el 30 de diciembre
de 1871 que el estado del General Prim se había
agravado y poco después: "El General Prim
ha fallecido esta noche".
Antes
de morir, el Presidente había dicho a su amigo
Montero Ríos con voz débil: "Me
cuesta la vida pero queda el Monarca".
"¿Qué
día es hoy?" preguntó con voz desfallecida
el ilustre político.
"Treinta",
le contestó su amigo.
"¡"Treinta...!
Y el Rey llega y yo me muero... ¡Viva el Rey!".
Autores y móviles del crimen.
José
Paúl y Angulo fue sobre quien recayeron las
sospechas, primero porque odiaba a Prim, luego porque
el propio General reconoció su voz cuando ordenaba
a los sicarios disparar. Y como preparando su huída,
había pedido previamente su retiro en el periódico
"El Combate". La premeditación era
evidente. Y en efecto, después del crimen,
huyó a Francia y más tarde se instaló
en América (en el Perú) para regresar
de nuevo a Francia donde escribió un libro
y luego murió el 2 de abril de 1892, en circunstancias
misteriosas.
Roque
Barcia fue detenido e incomunicado en la prisión
de El Saladero, detención arbitraria y que
le permitió en la cárcel relatar los
acontecimientos de aquella noche. Es el que "inventaría"
lo del "telégrafo fosfórico"
que más adelante relatamos.
En
el Sumario hay un desfile de testigos de lo más
variado, la esposa del Dr. Vélez y su hijo
de 10 años que casualmente pasaban en el momento
del crimen por la calle de Alcalá cuando iban
a cruzar la calle del Turco, una castañera
que asaba su mercancía en la esquina de Alcalá,
dos conserjes de la Escuela de Ingenieros que entonces
estaba situada en la calle del Turco nº 5, todos
vieron lo que sucedió, pero ninguno quiso o
pudo precisar quiénes fueron. Coinciden todos
los historiadores en que hubo un hombre bajo y barbudo
que rompió el cristal de la portezuela e hizo
el primer disparo. Se han dicho muchas cosas, pero
algunas de ellas son pura leyenda, como lo del "telégrafo
fosfórico" de Roque Barcia que dice: "Un
hombre encapado que estaba en el acceso frente a la
salida del Congreso encendió un fósforo.
Por la calle del Sordo al ver esta señal, se
enciende otro fósforo y en la embocadura de
la calle del Turco, otro encapado enciende otra cerilla".
Era al parecer la señal por medio de las cual
se avisaban a los grupos preparados para atacar a
Prim. Pedrol Rius afirma que no hubo necesidad de
tanta truculencia. Cuando sale precipitadamente Montesinos
del Congreso antes que Prim lo hiciera, tuvo tiempo
sobrado de avisar a los asesinos y quedarse con el
grupo que atacó al General y dirigir los tiros.
De todo lo que dice el Sumario se deduce que era un
complot en el que intervinieron muchos grupos que
deseaban la muerte de Prim y hacía tiempo que
la preparaban. Ninguno de los ayudantes del General
vió ninguna de aquellas famosas cerillas. Pero
hubo un detalle que olvidan los historiadores. Además
de los dos coches que obstaculizaron el paso del coche
de Prim obligándole a pararse, lo que facilitó
el ataque, hubo un tercer coche, otra carretela que
se colocó en la propia calle de Alcalá
con cochero y lacayo y otro grupo que le esperaba
casi a la puerta del Ministerio, por si fallaban los
primeros. Había mucha, demasiada gente para
que fuese cosa de un solo grupo enemigo. Había
corrido dinero en abundancia para pagar a aquellos
sicarios que habían sido contratados desde
lugares diversos y estaban dispuestos a que no fallase
el atentado.
Sin
embargo, Prim no hizo mucho caso de las advertencias
que le indicaban que cambiase su itinerario. Tenía
una escolta de hombres decididos y bien preparados
para su defensa. Les indicaba por medio de una señal
el itinerario que iba a seguir. La señal consistía
en que si llevaba el bastón en la mano derecha,
seguiría ese camino a la derecha y si lo llevaba
en la izquierda era que iba a tirar por la izquierda.
La verdad es que no tenía mucho donde elegir
desde el Congreso a su casa. No había muchos
itinerarios. Y se podían haber colocado en
los dos posibles itinerarios esperando su paso. Preocupado
o distraído llevó el bastón en
la derecha y dejó al cochero que tirase por
donde quisiera y la ronda de guardaespaldas dejó
sin protección la calle del Turco. Esto lo
debían de saber sus enemigos y de todas formas
debió haber otros grupos que si hubiera marchado
por otra ruta estarían preparados para actuar
de la misma forma.
Lo
cierto es que el binomio José Paul y Angulo
y Montesinos aparecen en primer plano aquella noche
y se sabe que intervinieron Paco Huertas, Ramón
Armella y Adrián Ubillos. Todos estos sujetos
desaparecieron consiguiendo ayuda para escapar a América.
Casi todos desaparecieron del mundo de los vivos en
extrañas circunstancias. La red tendida debió
tener poderosos brazos. Hubo otro, un tal Ramón
Martínez Pedregosa que años más
tarde confesó en su lecho de muerte en un país
sudamericano que había sido uno de los que
asesinaron a Prim.
¿A
quién beneficiaba más inmediatamente
la muerte de PRIM? Del Sumario se deduce que a los
partidos más cercanos al poder: el partido
republicano, el partido del Duque de Montpensier y
el partido del General Serrano. Ya dijimos cómo
contestó Prim al representante francés
durante su entrevista: "No habrá república
en España mientras yo viva". El partido
republicano había sacado después del
monárquico el mayor número de votos.
Y en efecto, tras la muerte de Prim, el partido republicano
subió al poder. Montpensier estaba movido por
ambiciones personales. En cuanto a Serrano, Duque
de la Torre, tras la muerte de Prim fué Presidente
del Consejo y con la Restauración, Jefe del
poder Ejecutivo, que era lo mismo que Jefe de Estado.
Todos ellos salieron ganando con la muerte de Prim.
Cuando
Amadeo de Saboya llegó a España, visitó
a la esposa de Prim para darle el pésame y
le dijo: "Buscaré a los asesinos del General".
La respuesta de la dama fue: "Pues no tendrá
V.M. más que buscar a su alrededor".
Paul
y Angulo fue el instrumento con su grupo de malhechores
que fueron los autores materiales, por lo menos Huertas,
Armella, Ubillos y Montesinos. Hubo otros más.
Pero detrás de ellos hubo alguien, el Coronel
Solís ayudante del Duque de Montpensier, y
mucho dinero por medio, para pagar a los asesinos,
facilitar su fuga a América, mantenerlos allí
callados por muchos años y eliminar a algunos
de forma misteriosa así como testigos de cargo.
Otras
pistas nos llevan a José María Pastor,
Jefe de la escolta del General Serrano, Duque de la
Torre. Contrató a dos vascos, dos riojanos,
algunos de Ceuta y otros más con la decisión
de asesinar a Prim. Un cabo de nombre José
Ciprés Janini a quien le fue propuesta esta
infamia, no estuvo conforme con ella y avisó
personalmente a Prim de lo que se tramaba contra él.
Prim según su costumbre no le puso mucha atención.
José
Paul y Angulo murió en París el 23 de
abril de 1892 como ya dijimos en circunstancias misteriosas.
Lo
cierto es que no se castigó a los culpables,
que el Sumario quedó incompleto, que del Sumario
se sustrajeron documentos, que los Jueces actuaron
como si tuviesen miedo, que se asesinó a testigos
de cargo y que los autores materiales huyeron al extranjero
para no volver más.
He
estudiado muchos magnicidios y he intervenido en algunos
como perito en mi calidad de Antropólogo Forense
y siempre parece ser el denominador común a
todos ellos: ramificaciones y cortinas de humo que
velan todas las pistas. Grandes, voluminosos Sumarios,
pero al final, quedan impunes los crímenes.
Quizás hay a veces un un chivo expiatorio",
para callar a la opinión pública, pero
debajo se dibuja la trama, los cerebros, los autores
intelectuales, inductores, que quedan en la sombra.
El
asesinato del General Prim no fue una excepción
de esta que parece ser la regla. Quedó impune
como tantos otros. Como decía Olivar Bertrand:
"El alevoso crimen del 27 de diciembre de 1870,
torció el curso de la Historia de España".
Así
cantaba el pueblo de MADRID:
En la calle del Turco
ya
mataron a Prim
sentadito en su coche
con la Guardia Civil.
Seis tiros le tiraron
a boca de cañón.
¿Quién
sería el infame?
¿Quién
sería el traidor?